Sentir más a José Saramago – reflexiones desde el balcón de su cocina
Lanzarote, a casa de José Saramago. Um lugar aonde queria vir há muito tempo, para o conhecer, escutar, partilhar. Já não pode ser. Mas vim. E aqui estou, nesta cadeira onde Saramago já não está mas onde esteve. Onde eu estou agora, e me deixo sentir o que deixou mesmo já não estando.
E sinto que esta cadeira me esperava, para que também eu me sentasse e partilhasse, escrevendo, as sensações que algum dia passado pudesse ter partilhado, falando.
Estar aqui tem sentido. Parece ser que, tal como a frase de “A viagem do elefante”, sempre chegamos ao lugar onde nos esperam”. Aqui estou. E o olmo olha-me, cúmplice. Estaria à minha espera?
Pensava hoje, ao preparar-me para vir, no que me movia de forma tão forte a voltar a esta casa que conheci ontem. Que teria de tão magnético este lugar para que eu quisesse vir sentar-me a escrever na casa de quem já não está. E parte da resposta estava registada no filme do Miguel Gonçalves Mendes, “José y Pilar” que revi ontem.
Pelo desejo que manifestou Saramago à jornalista e sua mulher, Pilar del Rio, quando lhe perguntou o que queria que fizesse através da Fundação com o seu nome: “Continuar-me”, disse.
E o que faço com estas linhas é justamente uma parte disso também. Continuá-lo. Através da minha própia história, da minha própria visão, acrescentando ao que me inspira dele, o que me inspira da vida em si mesma.
Passear pela sua casa, por parte da sua história e por uma pequena parte contada da sua vida foi uma espécie de viagem pelo essencial. Uma viagem por dentro do sentir mais de uma pessoa em concreto. Um passeio por lugares onde os livros partilham visões de outros e são acariciados, um passeio pelo tempo de ver, pelo tempo de estar, pelo tempo de criar.
Sentir o mundo de José Saramago foi, para mim, uma forma de conectar com maneiras de estar no mundo, nas quais o que importa é o que se acrescenta ao mundo em si mesmo. O que fica depois, quando nos vamos? Que diferença fazemos enquanto estamos? Onde nos sentamos a observar a vida?
E a confirmação do que me vai sendo óbvio em cada encontro de almas pelos lugares por onde passo: que a vida das pessoas que consideramos grandes personas, dos autores das obras que consideramos grandes obras, estão também “feitas da matéria de que são feitos os sonhos”: da simplicidade das pequenas coisas. As refeições ao redor de uma mesa de cozinha cheia de amigos com quem se criam projetos e se debate a vida ao sabor de um bom café; os livros que se saboreiam num cadeirão com vistas para o mar; o vento na cara e no peito sentido na paisagem lunar; um beijo na passagem de ano; um apertar de mãos cúmplices com a pessoa com quem se partilha a vida; uma oliveira que se vê crescer porque se confiou que cresceria.
Assim se faz grande a gente que sente grande. Nutrindo-se do ar, da beleza, das emoções, da consciência.
Simples, como um olhar ou uma frase que diz tudo.
“Contar os dias pelos dedos e encontrar a mão cheia” – Esta é a frase da contra capa do volumen II dos “Cadernos de Lanzarote” que levei ontem da loja d’A casa. A mesma frase que me saiu hoje no pacote de açúcar que acompanha os cafés que se oferecem a quem faz a visita à sua casa. E é a frase com que termino um texto inspirado no seu sentir.
Que os dias que eu conte pelos dedos sempre encontrem mãos cheias, de dedos longos e preparados para agarrar a vida. Para que a vida no se vá pelos dedos abertos, para que sempre seja agarrada com vontade de ESTAR. Como dizia Saramago sobre a morte - que esta seria justamente a diferença entre ter estado e já não estar. Para que enquanto estamos, as mãos sempre estejam. Cheias, abertas e com a consciência inteira.
Obrigada, Saramago, por este espaço de paz e beleza de palavras que fica solto a um vento que sopra forte mas morno. Sentir-te durante estas duas horas na tua varanda foi uma viagem bonita, de uma elefanta pequena de sentir grande e grato.
Lanzarote, 12 Dezembro 2013
(Texto original em Castellano)
Lanzarote, la casa de José Saramago. Un lugar adonde quería venir desde hacía mucho tiempo, para conocerle, escucharle y compartir. Ya no pudo ser. Pero vine. Y aquí estoy, en esta silla donde Saramago ya no está pero donde estuvo. Donde yo sí que estoy y me dejo sentir lo que dejó, aún no estando. Y siento que esta silla me esperaba, para que también yo me sentara y compartiera, escribiendo, las sensaciones que algún día hubiera podido compartir, hablando. Estar aquí tiene sentido. Parece ser que, tal como la frase de “El viaje del elefante”, “siempre llegamos al lugar donde nos esperan”. Aquí estoy. Y el olmo me mira cómplice. ¿Me esperaría?
Pensaba hoy, al prepararme para venir, en lo que me movía de forma tan fuerte a volver a esta casa que conocí ayer. Qué tenía de tan magnético este lugar para que yo quisiera venir a sentarme a escribir, en la casa de quien ya no está. Y parte de la respuesta estaba registrada en la película de Miguel Gonçalves Mendes, “José y Pilar” que reví ayer.
Por el deseo que manifestó Saramago a la periodista y su mujer, Pilar del Rio, cuando le preguntó que quería que hiciera a través de la Fundación con su nombre: “Continuarme”, dijo.
Y lo que hago con estas líneas es justo una parte de eso también. Continuarle. A través de mi propia historia, de mi propia visión, añadiendo a lo me inspira de él, lo que me viene inspirando de la vida en sí misma.
Pasear por su casa, por parte de su historia y por una pequeña parte contada de su vida fue una especie de viaje por lo esencial. Un viaje por dentro del sentir más de una persona en concreto. Un paseo por lugares donde los libros comparten visiones y se acarician, un paseo por el tiempo de ver, por el tiempo de estar, por el tiempo de crear.
Sentir al mundo de José Saramago fue, para mí, una forma de conectar con maneras de estar en el mundo, en las que lo que importa es lo que se añade al mundo en sí mismo. ¿Qué es lo que queda, después de que nos vayamos?; ¿Qué diferencia hacemos mientras estamos?; ¿Donde nos sentamos a observar la vida?
Y la confirmación de lo que viene siendo obvio, en cada encuentro de almas por los lugares adonde voy. De que la vida de las personas que consideramos grandes personas, de los autores de las obras que consideramos grandes obras, están también “hechas de la materia de que están hechos los sueños”: la sencillez de las pequeñas cosas. Las comidas alrededor de una mesa de cocina llena de amigos con los que se crean proyectos y se debate la vida al sabor de un buen café; los libros que se saborean desde un sillón con vistas al mar; el viento en la cara y en el pecho sentido desde un paisaje lunar; un beso en noche vieja; un apretar de manos cómplice con la persona con la que se comparte la vida; un olivo que se ve crecer porque se ha confiado que crecería.
Así se hace grande la gente que siente grande. Nutriéndose del aire, de la belleza, de las emociones, de la consciencia.
Sencillo como una mirada o como una frase corta que lo dice todo.
“Contar los días por los dedos y encontrar la mano llena” – Esta es la frase de la contra portada del volumen de los “Cuadernos de Lanzarote” que me llevé ayer de la tienda de “A casa”. La misma frase que me salió hoy en los azucaritos del café que se ofrece a quien hace la visita a su casa. Y es la frase con la que termino un texto inspirado en su sentir. Que los días que cuente por los dedos siempre encuentren manos llenas, de dedos largos y preparados para agarrar a la vida. Para que la vida no se vaya por los dedos abiertos, para que siempre sea agarrada con las ganas de ESTAR. Como decía Saramago sobre la muerte - que esta sería justo la diferencia entre haber estado e ya no estar. Para que mientras estemos, las manos siempre estén. Llenas, abiertas y con la consciencia entera.
Gracias, Saramago, por este espacio de paz y belleza de palabras que queda suelto a un viento que sopla fuerte pero cálido. Sentirte durante estas dos horas en tu balcón ha sido un bonito viaje, de una elefanta pequeña de sentir grande y agradecido.
Lanzarote, 12 Diciembre 2013
(Texto original en Castellano)